Nada se puede decir de la flor, de sus sombras, de sus pliegues. Nada malo en ver la flor sola. Lo saben los ahogados: la perfección no es de aquí. Salvo que nada cabe en su existir, nada acoge. Como la medina de las fuentes secas. Fue el sultán quien las cegó; nada se dijo. Ni el canto de cada pájaro para lo que está vacío. Ni todas sus puertas inservibles: todo entra y sale. El color de la flor, sí. Crece el blanco en la garganta. Todo lo ocupa dentro: razón del ahogarse y del decir.